Viene del artículo en Revista Formación XXI y forma parte de esta serie de post “Zaragoza Activa o cómo hackear el sistema para crear un ecosistema emprendedor”.
I Intro. La Moda de los emprendedores y los Gintonics
II Emprender para cambiar el mundo
III Ecosistema emprendedores, ciudades creativas
IV Zaragoza Activa, La Azucarera como núcleo del ecosistema
La respuesta la hallamos identificando aquello que tenían en común las ciudades y territorios más dinámicos de la tierra: Desde Silicon Valley en California a Israel pasando por lo que se está cocinando en el MIT Massachuset Instititute of Tecnology… Ecosistemas! Entornos donde se crean inercias positivas para el emprendimiento, la innovación y la creatividad, donde conviven proyectos públicos –muy ligados a las universidades- con cientos de iniciativas particulares y grandes corporaciones privadas, generando comunidades interconectadas en un ambiente orientado a la acción.
Es cierto que estos contextos se dieron los ingredientes necesarios para revolucionar los paradigmas empresariales: Tienen las mejores universidades -no tiene mucho mérito pues un estudiante puede llegar a pagar 20.000$ ó 30.000$ por curso-, tienen una cultura emprendedora mucho más arraigada -no es casualidad que llamen venture capital (capital aventura) lo que aquí llamamos fondos de capital riesgo- y tienen una legislación mucho más favorable en términos administrativos y fiscales.
Pero nosotros no deberíamos pensarnos tan alejados de ellos: Tenemos grandes universidades públicas que, unidas a unas cuantas escuelas de negocios ya consolidadas, producen generaciones de jóvenes con grandísimo talento; disponemos de infraestructuras logísticas y de información a la altura de los mejores países del mundo y además tenemos la ventaja geoestratégica e idiomática de hallarnos en la intersección de la Unión Europea, Latino América y los países del Mediterráneo.
¿Es posible replicar estos entornos en nuestras ciudades? Pienso que sí, no obstante debemos saber exportar lo mejor de estos ecosistemas al tiempo que adaptamos e introducimos nuestros puntos fuertes -o en lenguaje del marketing- nuestras ventajas competitivas ¿Cuáles?
Lo que nos debería distinguir y posicionar en la construcción de nuevos ecosistemas emprendedores, creativos e innovadores, es el espíritu colaborativo. Más allá de la deriva neoliberal del mundo que impregna todo de súperindividualismo y competencia feroz, en Europa -y España no es una excepción- todavía damos muchísimo valor a la solidaridad y la cooperación que cristalizan en redes informales de ayuda.
Si fuéramos capaces de combinar esos entornos dinámicos orientados a la acción con una visión más comunitaria y social de la economía, no deberíamos tardar muchos años en recuperarnos de esta crisis terrible. En este punto han surgido discursos que conectan estos puntos claves y que son decisivos a la hora de reconstruir los nuevos escenarios: La economía del bien común, que pretende valorizar la economía más allá de la lógica del beneficio monetario; la reconquista de los procomunes o los datos abiertos, que pretende poner al servicio de las personas los recursos que son de todos; las smart cities que reconceptualizan la ciudad como un espacio dinámico eficiente, sostenible y participado; o las ciudades creativas que empoderan la capacidad creativa de la población y vertebran su futuro pivotando en las industrias culturales -algo nada despreciable pues es lo único que no nos pueden copiar los chinos y los indios-… por ejemplo.
Pero no nos engañemos, un ecosistema es un conjunto de personas interconectadas. Si bien todos estos discursos deben ser el código del nuevo software, lo cierto es que la ciudad sigue y seguirá siendo un espacio físico, lo que nos lleva indefectiblemente a pensar en el hardware, en los puertos donde materializar, ordenar, multiplicar o almacenar todas esas conexiones.
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