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El fantasma que recorre Europa vuelve con hambre atrasada. Salvini roza el 30% en intención de voto en Italia, Le Pen sacó el 34% en la segunda vuelta en Francia, la AfD amenaza con dar la campanada en Baviera, la región más rica de Alemania. Más hacia el este están las cosas peor. Quizá no sea todavía preocupante que el 1% declare que votará a VOX en España, pero lo que sí resulta inquietante es que su mera sombra sea capaz marcar la agenda política y reposicionar a los partidos de la derecha democrática.

En el recetario de los populistas encontramos siempre los mismos mensajes emocionales y primitivos. Pondrán vallas al campo. Detendrán el reloj de la globalización. Protegerán la patria y la bandera como últimas porciones sólidas de tierra en un mundo en descomposición. Y, si es preciso, se liarán a puñetazos contra los robots y los algoritmos para asegurar nuestros puestos de trabajo. Su éxito es directamente proporcional a la dimensión del enemigo inventado del que pretenden defendernos. Son el quitamiedos y el precipicio al mismo tiempo.

En el diagnóstico que explica el surgimiento del populismo empieza a haber un consenso generalizado. La globalización ha sido en términos generales muy beneficiosa para la mayoría de la población. Durante las últimas décadas lo más pobres incrementaron ligeramente su renta, tanto que el objetivo de acabar con el hambre del mundo, según la FAO, está más cerca que nunca. Las clases humildes de los países emergentes han sido las que más han mejorado. La esperanza de vida o el nivel de analfabetismo han evolucionado espectacularmente. En muchos países, incluso ha brotado una incipiente clase media, engrosando la sociedad de consumo global. En el otro extremo, los más ricos, también han aprovechado las oportunidades de un mercado abierto para hacer caja y ser aún más ricos.

De este feliz retrato solo habrían salido mal parados la clase media y trabajadora cualificada de los países occidentales. El comerciante amenazado por los precios de Amazon. El operario de cuello de azul cuya empresa se deslocalizó. El joven con carrera que ha acabado repartiendo paquetes para una plataforma online… Y junto a los damnificados directos, se sumaría un contingente mucho más importante formado por todos aquellos que afrontan con miedo la transición a la economía digital abierta. La incertidumbre que genera la robotización y automatización de los puestos de trabajo, unido a la presión de vivir en un continente privilegiado, con una renta per cápita hasta 50 veces superior a la de algunos países africanos, es el mejor caldo de cultivo para el populismo, que encuentra en el miedo su verdadera palanca de agregación.

No existen fórmulas mágicas para combatir la demagogia y todas sus franquicias. La pedagogía de los medios de comunicación hizo más grande aún al Frente Nacional o la Liga Norte. Combatir con datos su postverdad no desnuda su pobreza intelectual, sino que los envalentona en su viaje hacia lo sentimental identitario. Obviarlos, como algunos proponen con VOX, tampoco ofrece ninguna garantía de éxito. Comprarles el relato como parece que hace ahora Casado tiene muchísimo peligro.

Solo existe, en mi opinión, una solución definitiva para anularlos: Recuperar el contrato social. El contrato social como metáfora del pacto de rentas que inauguramos en las décadas siguientes a la 2ª Guerra Mundial y funcionó eficazmente hasta los 80, aunque en España llegó con años de retraso de la mano del PSOE. Un contrato social que reactive el círculo virtuoso entre beneficio de las empresas, empleo decente y protección del Estado del Bienestar en el contexto de unas democracias liberales avanzadas. Volver a generar certidumbre. Inundar de tranquilidad los barrios de nuestras ciudades. Redistribuir el futuro.

No será fácil, porque la globalización ha quebrado el equilibrio de fuerzas inicial, como se reflejó en las jornadas sobre el futuro del trabajo a las que me invitó la UGT recientemente. Con la financiarización de la economía, con la deslocalización de la producción y, más recientemente, con su progresiva digitalización, la empresa está siendo liberada de su principal responsabilidad con la igualdad de oportunidades: la generación de empleo. Dice el Presidente del Círculo de Economía, Antón Costas, en su ensayo El Final del Desconcierto, que las claves para recuperar el contrato social son la estabilidad, la eficiencia, el crecimiento, la distribución y la propia democracia.

En Aragón estamos trabajando en la buena dirección, el ejecutivo de Javier Lambán se reivindica como el más aventajado de los alumnos en el panorama nacional. Hemos sabido conjugar crecimiento económico, confianza empresarial, inversión en políticas sociales, apoyo a la innovación y fortalecimiento democrático. Y aunque somos conscientes de que queda mucho por hacer, como la creación de empleo decente o garantizar una transición justa a la economía del conocimiento, pensamos que hoy por hoy somos el partido que mejor representa la recuperación de un contrato social en el Siglo XXI. Se acerca un invierno incierto desde Europa, ninguna bandera nos protegerá del frío mejor que la manta de la cohesión social. No es tiempo de improvisar experimentos. Mantengámonos unidos, juntos nos irá mucho mejor.

 

Publicado en Heraldo de Aragón el 18 de octubre de 2018

 

Imagen: Índice de flotación. Gema Rupérez 2013. Exposición Ausencia Convocada.

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