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El otro día asistí a la puesta de largo de la nueva sede Exovite, la empresa aragonesa que está despegando como un cohete gracias a las férulas que producen en su granja de impresoras 3D. Si te has roto un brazo o una pierna en verano, sabes que la escayola tradicional es un incordio insoportable. Pero su propuesta de valor va mucho más allá de una férula ligera, que transpira y se puede desmontar cómodamente; lo más interesante, como nos explicó el capitán de Exovite, Juan Monzón, es que están prototipando sistemas de electro estimulación que aceleran los tiempos de recuperación. Un mercado inmenso si pensamos en clave de seguros laborales, por ejemplo.

En medio de las explicaciones de sus planes de futuro, me vino a la cabeza una frase de Peter Drucker que ha hecho fortuna en los powerpoints de la nueva era, atribuida erroneamente a Steve Jobs: “La mejor manera de predecir el futuro es crearlo”. Peter Drucker, está considerado como padre de la administración gerencial moderna -el management para que me entiendan-, fue el último ser humano que pudo recibir clases de Schumpeter y Keynes -nada menos- y con su celebrado ensayo La era de la discontinuidad (1969), anticipó el nacimiento de la sociedad del conocimiento, y con ella, una nueva generación de trabajo basado en el saber y la innovación.

Si Drucker hubiera conocido a Juan Monzón, o a cualquier otro de la legión de makers -el movimiento que engloba a las personas que han dado el salto a la fabricación a pequeña escala, gracias a las impresoras, escaneres 3D o cortadoras de control númerico caseras-, quizá huniera cambiado la metáfora de su famosa frase y hubiera enuciado “La única manera de predecir el futuro es imprimirlo”.

Drucker retrató también el prototipo de ejecutivo para liderar la primera fase de esa sociedad del conocimiento, a partir de su amplia trayectoria, en la que destacó su experiencia en la GM o su trabajo filantrópico en favor de las organizaciones sociales sin ánimo de lucro. Con esa mirada ancha, perfiló las habilidades necesarias para pilotar el cambio de era, definiendo los lideres empresariales de la 3ª Revolución Industrial.

Lo que dudo es si Drucker, cuando murió en 2005 con 95 años, terminó de vislumbrar que las empresas del conocimiento en el futuro, no se parecerán nada a los viejos campeones de la industria. Unos campeones sometidos a las pesadas cadenas de la gran escala y la integración vertical, que exigen un gran apalacamiento de capital, y por tanto, favorecen los oligopolios. Si Drucker y Monzón hubieran coincidido, quizá el austriaco se habría dado cuenta de que el futuro no se creará en unos centenares de grandes fábricas multinacionales, sino que se imprimirá en millones de pequeñas y medianas empresas integradas lateralmente. Ahora bien, el liderazgo, como el de Monzón, aunque esté más distribuido, sigue siendo igualmente necesario.

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