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No sé qué día de la semana es, estoy muy cansado por el largo viaje y procuro vencer el sueño con un tinto (café) en la sobremesa, pero me acabo sumergiendo en uno mis habituales silencios mentales. Me encuentro de repente frente a la Laguna de la Cocha, uno de los campos de energía más importantes de Latino América, un lugar místico para muchas de las comunidades indígenas que pueblan la región de Nariño, uno de los departamentos del pacífico colombiano, que hace frontera al sur con Ecuador.

Mis acompañantes me han dejado unos minutos a solas para que experimente, en la intimidad, la misma sensación que debieron sentir cientos de años antes los primeros extranjeros. En medio de la laguna, una pequeña isla con forma de tortuga llamada La Corota, epicentro de este escenario mágico al que ya le estoy poniendo música de Ennio Morricone en la cabeza. —Ves el otro lado de la laguna, casi siempre llueve allí. En esta orilla está soleado, pero en la otra llueve. Hace no muchos años, la otra orilla estaba bajo el dominio de la guerrilla. Los pescadores se cuidaban mucho de no ir por allá porque era frecuente que acabaran sin pescado o sin barca.— Me cuenta Juan, uno de mis cicerones, interrumpiendo mi relato mental, en el que ya estaba protagonizando mi propio viaje épico: funcionario de provincia perdido en la Amazonia.

Resulta que no he estado todavía en Galicia, por poner un ejemplo relativamente cercano a Zaragoza, y he estado ya dos veces en Nariño por motivos diferentes. Será que Nariño es “El corazón del mundo” como reza el eslogan oficial de la gobernación, omnipresente en pancartas, folletos turísticos y todo tipo de merchandising. Considerando que San Juan de Pasto, la capital del departamento de Nariño, está a 18 horas de Bogotá, por una carretera sinuosa llena de agujeros y piedras desprendidas; o que coger un avión en el aeropuerto es casi una lotería, porque se encuentra en una encrucijada imposible de lluvias, vientos, nieblas y volcanes; el eslogan se convierte en todo un ejercicio de autoestima. Probablemente el propósito real del eslogan es dar un toque de atención al gobierno nacional. “Nariño, corazón del mundo” es la versión latina de “Teruel Existe”. No es casualidad que el gobernador, Camilo Romero, sea comunicador de profesión. Es un tipo astuto, un animal político en el buen sentido, de cuyo padre, también servidor público, ha heredado un carisma de galán de telenovela. Su agenda real consiste en reposicionar Nariño en su propio estado, pues Colombia, como la mayoría de los países latinoamericanos, padece un centralismo atrofiante, con el agravante de que allá, abandonar la periferia a su suerte, dejaba el terreno abonado para otros actores secundarios, desde la guerrilla al narco, pasando por los paramilitares.

Tuve el honor de compartir con él una grata conversación. Me quiso reconocer así mi compromiso, pues he estado unos días con parte de su equipo, dando un par de conferencias y asesorando uno de sus proyectos estrella, el Centro de Innovación Social de Nariño. Me estuvo hablando sobre el último conflicto con los cocaleros en Tumaco, una ciudad costera del departamento, la zona con más plantaciones de coca de Colombia. — Acaban de matar a un policía de 23 años que llevaba apenas unos días en el cuerpo—  Me cuenta. Trago saliva. El gobernador ha llegado a la reunión con un pequeño ejército de guardaespaldas. Como si fuera un ministro de interior en los peores años de ETA -pienso- mientras continúa tratándome de explicar pedagógicamente un conflicto que se antoja complicado para nuestros parámetros occidentales.

El gobierno de Nariño apoya a los pequeños cocaleros, porque es el único medio de vida de muchos pueblos de la región, sin otra actividad que la agricultura. Ahora que las FARC ya no son el problema, el Gobierno Nacional de Colombia quiere terminar de erradicar los cultivos ilegales, como así han plasmado en los acuerdos de Paz. En Nariño lo ven de otro modo. Es necesario un proceso de acompañamiento e inversión, que compense la sustitución de cultivos de coca por otros, quizá reforzando la industria del cacao, o la del café, que es el orgullo de la región. Otra historia son los grandes productores, que obviamente no quieren ni oír hablar de sustituciones ni de ninguna otra intervención. Los intereses en juego son enormes. De este paraíso, donde se dan la mano el Pacífico, la Amazonia y las cordilleras andinas, sale el polvo mágico para todas nuestras fiestas inconfesables.

Hace ya casi cuatro años que estuve en Tumaco, lo que fue ciertamente una temeridad porque entonces, la guerrilla aún controlaba esa parte del país. Entonces estaba invitado por el Ministerio de Cultura de Colombia para asesorar un proyecto llamado Laboratorios de Sociales de Emprendimiento. Pude conocer a varios muchachos allí que me narraron su relato en primera persona. El 85% de la población es afrodescendiente, la mayoría de las casas son precarias, de chapa y uralita, y las calles están sin asfaltar. Recuerdo tener la sensación de estar en alguna ciudad del África más pobre. El paro superaba el 75%, y eso restando muchos autoempleos informales. La mayoría de los ciudadanos están subsidiados por el Gobierno. Pequeñas rentas de supervivencia que fueron diseñadas para el corto plazo, pero que se convirtieron en estructurales con el paso del tiempo, hasta el punto de que hay generaciones enteras que no han conocido otra cosa.

Tumaco

Las alternativas no son mejores. Los caminos naturales del “emprendimiento” no son muy aconsejables. Las mujeres emprenden el viaje a Europa para cuidar ancianos, lo cual es verdad solo en algunos casos, pero en las familias se mantienen pactos de silencio, mientras lleguen puntuales los envíos de dinero. Muchas bocas que alimentar como para ponerse dignos. Y los jóvenes varones que quieren prosperar, siempre tienen la opción del narcotráfico, donde no falta trabajo.

A unas horas de Tumaco está San Juan de Pasto, la capital, que tiene una realidad bien distinta. Se despliega en las faldas del volcán Galeras, a 2.300 metros de altitud. Roza los 600.000 habitantes. Es una ciudad próspera, con cientos de grúas trabajando a destajo.  Tiene varias universidades que suman miles de alumnos, porque aunque sufre un éxodo de talento hacia Bogotá, Cali, Medellín o Quito, también es el destino de muchos estudiantes de todo el departamento de Nariño.

Pasto

En medio de la ciudad, el gobierno abrió hace unos meses el CISNA, Centro de Innovación Social de Nariño, que he tenido el placer de conocer. La estrategia es clara: aprovechar el caudal de innovación que se produce en y con las comunidades, para completar y reforzar la acción del gobierno. Bajo la teoría de que una comunidad implicada en su propio proceso de cambio, es una comunidad empoderada para afrontar con mayores cuotas de éxito los problemas que le acecharán en el futuro; andan desde el CISNA generando nuevos espacios de confluencia entre lo público, las empresas y la sociedad civil. Sus tácticas van desde aplicar design thinking a los problemas sociales (el pensamiento de diseño que triunfa en planificación estratégica en empresas), hasta generar un CISNA móvil, en una camioneta que pretende descentralizar la acción desde Pasto a todo el departamento, a Tumaco, a Ipiales, Olaya Herrera, Potosí… cargando el carro con kits de innovación social con los que compartir conocimiento con las comunidades, desde cómo montar una radio comunitaria, hasta cómo fabricarse una estación de energía solar o unos filtros para purificar el agua. Una de las claves será que no actúen como paracaidistas al estilo de las organizaciones de ayuda humanitaria del siglo pasado, en la clásica relación top down (de arriba a abajo), sino con una actitud de reciprocidad, por ejemplo, mapeando y relatando las propias innovaciones cotidianas de las comunidades, para las que puedan conocer otros pueblos con problemáticas similares. Las comunidades son orgullosas y están cansadas de ‘los del chalequito’.

CISNA

La magnitud de los retos es titánica. El narcotráfico, el desempleo, la pobreza, el aislamiento, el desarrollo sostenible, la corrupción o la paz. Los retos son los mismos desde hace décadas, lo que están explorando desde el CISNA, son nuevas formas de aproximarse a esos desafíos. Se trata de innovación centrada en las personas. Es tan sencillo como revolucionario. En un mundo tan cambiante, con una realidad tan poliédrica como la colombiana, compuesta por decenas de minorías, identidades e idiosincrasias diversas, afectadas por problemas complejos y crónicos; una nueva acción pública, que promueva el aprender haciendo, combinando metodologías ágiles, con tácticas de desarrollo comunitario, como la  cadencia – investigación – acción – participación; se antoja mucho más eficaz que la planificación estratégica convencional, que solo funciona con problemas estáticos. Por ejemplo, se debe planificar una carretera que vertebre Nariño; pero para enfrentar el problema del rol de las mujeres, la violencia machista o la educación de las niñas en las familias… es mucho más útil una estrategia de intervención enfocada a la experiencia, que integre a todos los actores implicados, en una dinámica propositiva.

Abundando en esta idea, desde el CISNA quieren completar la agenda del “Año de la Innovación Social” con una convocatoria internacional, para que decenas de emprendedores sociales, hackers, artistas y activistas, del espacio iberoamericano, viajen a Nariño a pensar y experimentar colaborativamente soluciones a sus retos colectivos. Sería un broche genial a su primer año de actividad.

Si acaso el único reproche que les hice, fue, precisamente, su propensión a poner etiquetas a todo, como hablar del “Año de la Innovación Social”. Pero ahora, camino ya de mi plácida ciudad de provincias, mientras nos fumigan literalmente en el avión por orden de las autoridades sanitarias, he comenzado a entender que quizá haya una vocación performativa en sus enunciados, una suerte de conjuro quechua para buscar la profecía autocumplida. Después de todo, hay lugares en el mundo, como el campo de energía de la Laguna de la Cocha o, en general, todo el departamento de Nariño, donde el pensamiento lógico racional no es la mejor estrategia posible. Planificar en algunos lugares de Latino América, es llegar demasiado tarde.

 

Pd. Besos y abrazos a ese maravilloso equipo del CISNA, liderado por Paola, Meli, Juan, Matacho, Cami y Camilo. A Javier que no alcanzamos a vernos. A la Universidad Mariana, cuya Rectora me honró con su presencia en toda mi charla. A Radio Todelar. Y a la Gobernación de Nariño, cuya agenda progresista para la región, es tan urgente como necesaria.

Fotos por gentileza del Patronato de Turismo de Pasto.

7 pensamientos en “Nariño: planificar es llegar demasiado tarde.

  1. Me alegro (y no me extraña en absoluto) que te guste tanto Nariño y su gente. Yo siento lo mismo. Mucho agradecimiento. Javier, Paola, Camilo y Cia son estupendos. El trabajo que estan haciendo es estupendo. Esa laguna es la pera. Habria que estudiarla. Lo de las etiquetas me parece bastante normal. Por aqui tambien las ponemos bastante. A mi me gusta el buen gusto que tienen (y lo astutos que son) para elegirlas. Ya ves, Nariño es otro punto donde vamos dejando rastros para un futuro encuentro. Buen post. Me ha gustao leerlo.

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